En mi última entrada os hablaba sobre la Rioja Ultra Trail. Muchos me hicieron la coña del vino pero ya os adelanto que en esta crónica no va a aparecer ni una sola copa. Así que si buscáis un coma etílico en carrera cerrad ahora mismo el navegador.
Las semanas previas a la carrera no tenía muy claro el acabar la carrera. Por si no habéis leído el post donde os explicaba cómo era la carrera os diré que son tres etapas de 13, 26 y 54 kilómetros con su correspondiente desnivel acumulado. Una prueba que necesita de una buena preparación previa.
Mis dudas radicaban en que no había entrenado como debía. Pese a que Óscar me mandó un plan ajustado al objetivo no fui capaz de seguirlo. Un par de cambios en mi vida laboral hicieron que no prestara la atención necesaria a los entrenamientos. Confieso que estaba un poco perro y no me apetecía forzar la máquina.
Después de darle varias vueltas decidí que correría la primera y la segunda etapa que eran, a priori, las más asequibles por distancia y desnivel acumulado. La tercera se la dejaría a los valientes y a los compañeros que se lo había currado para llegar en forma a la carrera.
Está firme decisión por mi parte se vio en parte quebrada por una noticia que me llegó de la organización. Debido a la nieve y por seguridad para los corredores la tercera etapa se reducía de 54 a 40 kilómetros. El desnivel acumulado se mantenía en 2100 metros positivos pero empecé a dudar. ¿Qué hacer?

El golpe de gracia a mi plan de correr sólo viernes y sábado me lo dio mi propio entrenador. Él, que siempre nos insiste en ser precavidos, en no arriesgar, en cuidar nuestra salud… en fin, en no cometer locuras, me llama el jueves y me dice cuando le comento mi plan que cree que estoy preparado para hacer todas las etapas. Pese a no haber podido entrenar en condiciones me dijo que tenía el bagaje y experiencia necesaria para acabar sin problemas. Eso si, sin forzar, como siempre decimos, pasito a pasito y escuchando a nuestro cuerpo.
Así que hecho un lío salgo camino de Logroño el viernes por la mañana. Con la duda de si podré acabar o no toda la carrera. Sin saber qué hacer. ¿Corro dos o tres etapas? Me paso gran parte del viaje dándole vueltas. Comentándolo con Marta. Al final decido que iré viendo sobre la marcha que hacer. Dependerá de cómo me encuentre física y muscularmente, según me despierte el domingo, así haré.
Llegamos a Logroño a la hora de comer. Dejamos las cosas en el hotel y ponemos rumbo a la Taberna del Tío Blas. Unos pinchos regados con Aquarius (lo sé, soy un hereje) para tomar fuerzas de cara a la primera etapa. He de confesar que de postre me tomé un granizado de vino, hubiera sido pecado irme de allí sin probarlo.
Vuelta al hotel y a tumbarse un rato en la cama para reservar fuerzas. La primera etapa comenzaba a las 18:52 para mí. Los 13 kilómetros de contrarreloj individual. Pese a saber que no iba a disputarla a fondo los nervios se hacían notar.
Después de pasar a por el dorsal me llevan hasta la salida, la bodega institucional de la Grajera. Una pasada eso de salir desde el interior de la bodega, los olores, el frescor del lugar… Y los nervios «in crescendo». Tenía claro que no había venido a competir pero cuando te pones un dorsal siempre hay algo por dentro que te pica.
Los primeros corredores salíamos cada 30 segundos. Sabía que un buen puñado de compañeros me iban a adelantar pero poco me importaba. Llega mi turno. Me coloco en la línea de salida. Sonrío. Me apetece mucho empezar a correr.
3… 2… 1… ¡Ya! Salgo tranquilo, que no lento, y aprovecho los primeros metros en bajada para controlar el ritmo y las pulsaciones. Pronto empiezan los repechos y las subidas. Según me van adelantando voy animando a mis compañeros. Y sonrío con cada aplauso que recibo. Me siento un privilegiado al poder vivir esta experiencia y quiero disfrutar de cada momento.
Paso el primer avituallamiento, en un puente sobre la carretera, agua e isotónica, bebo un trago de agua y sigo tranquilo. Nos adentramos campo a través, sorteando subidas y bajadas en pequeños toboganes. El pulso está alto y los pinchos botando en el estómago me recuerdan mi paso por la calle Laurel.
Después de una subida corta y una bajada rápida me topo con un repecho de esos de subir a 20 uñas. ¡Copón! Pongo la reductora y el molinillo empieza a trabajar. Pasitos cortos y arriba que voy. No son más de 200 metros pero me dejan con la lengua fuera y el corazón a mil.

Aprovecho el sofocón para narrar a través de tuiter estos primeros kilómetros y así tomar resuello. Miro hacia delante y veo que me espera una subida de padre y muy señor mío. Camino un poco para seguir recuperando y comienzo la subida. Es dura de coj… pero pasito a pasito la voy haciendo mia.
Corono y me quedo un rato disfrutando de las maravillosas vistas. Charlando con el voluntario que está allí y aprovechando para tirar fotos con el móvil. A estas alturas estoy casi seguro de que no voy a ganar la etapa. ¡Mecachis!
Comienzo a bajar con cuidado, es un terreno técnico y hay que ir muy muy concentrado. Disfruto de estos momentos aunque a ratos miró hacia el barranco que se abre a mi izquierda y noto dos bultos en la garganta. Aún así no dejo de correr e incluso saltar para sortear alguna piedra o zanja. ¡Es un tramo muy divertido!
Paso de nuevo por el puente donde vuelvo a tomar un sorbo de agua. Me paro y charlo un rato con el voluntario y el policía que están allí. Les doy las gracias por su trabajo y salgo tranquilamente al trote. Aún queda otra subida.
Desde abajo oigo los ánimos de un grupo de gente que está en la cima dando aliento a los corredores. El sendero se inclina cada vez más. Echo a andar pero ante la cercanía del grupo de animadores saco orgullo o vergüenza torera y cambio el paso hasta conseguir un trote algo lastimero. Recibo los aplausos y ánimos. Uno de los presentes me reconoce y me pregunta por el megáfono. «En casa, castigado» le contesto casi sin aliento y sigo intentado subir lo más decentemente posible.
Después de acabar la subida la bajada a la que me enfrento es bastante jodida. Mucha inclinación, estrecha y con tierra suelta. Objetivo: no dejarme los cuadriceps ni los dientes. Así que decido bajar de medio lado con pasos cortos a lo Chiquito de la Calzada.
Superada esta bajada quedan un par de kilómetros más o menos llanos hasta la meta. Pongo un ritmo de crucero cómodo para no forzar ni el motor ni las patas. Recta de llegada con bastante animación y ligero esprint de cara a la galería. Sonrío para la foto y paro el reloj.
Primera etapa superada. Más dura de lo esperado pero solventada sin ningún incidente, que es lo más importante. 1 hora y 25 minutos para casi 13 kilómetros. Ahora a recuperar fuerzas para la siguiente etapa. Cena de carga y pronto a la cama.
El sábado me despierto antes de que suene el despertador. Paso obligado por el baño y desayuno frugal. Mi estómago por las mañana y más si tengo carreras no acepta grandes ágapes. Una tostada y un poco de membrillo regado con agua. Prefiero ir corto y empezar antes a tomar suplementos en carrera que empezar con el estómago lleno. Cada uno es como es.
Subo a la habitación cual ninja para no despertar a Marta, cojo la mochila y bajo a recepción a esperar a la furgoneta que nos llevará hasta San Román de Cameros, lugar desde el que comienza la etapa.
En la furgoneta no hay más que cracks, Luis Alberto Hernando, Miguel Ferrer, Louchin, Luisito y nuestro compañero de los EEUU. Algún que otro chascarrillo ameniza el camino hasta la salida. Como siempre digo, lo mejor de las carreras es la gente que conoces. Y esta gente es muy muy grande.

El día promete. Cielo azul con algo de viento. Más tarde la climatología nos daría un buen revolcón a algunos. Aprovechamos este sol para prepararnos, dorsal, medias, cinturón, geles, gorra… ¡Todo listo para los 26 kilómetros que tocan hoy!
A las 11 suena el disparo de salida. Me he situado en mitad de grupo. Cuando a los 200 metros miro hacía atrás veo que tras de mí solo está la ambulancia. ¿Dónde va esta gente? Los primeros 2 kilómetros son en asfalto algo favorables y algunos han salido «on fire». Yo prefiero llevar mi ritmo ultrero, pasito corto y controlado. Todavía queda mucho por delante.
A los pocos minutos entremos ya en caminos y senderos. Domina la piedra suelta y algunos pasos de agua. Hay que ir atento para evitar caídas. Aún así aprovecho para pararme y disfrutar del entorno. Merece la pena perder esos segundos. Además creo que esta etapa tampoco la ganaré. Mi sentido arácnido así me lo dice.
Los kilómetros pasan entre subidas y bajadas. Barrancos, riachuelos, senderos angostos… ¡Una pasada! Sobre el km 8 tomo mi primer gel, como siempre de Victory Endurance. Bajo un poco el ritmo y aprovecho para tuitear el minuto y resultado.
Poco a poco voy dando caza a corredores y corredoras. En los avituallamientos tomo agua y un pequeño sorbo de Powerade. Normalmente no me gusta tomar este tipo de bebidas pero he cometido el error de no llevar sales y no quiero tener problemas.

Aquí uno de los pequeños peros a la organización que por el resto estuvo, al menos para mí, perfecta. En los avituallamientos eché de menos algo salado más allá de los sándwiches de jamón y queso. Quizá unos frutos secos hubieran sido una buena alternativa.
Los kilómetros van pasando sin prisa. Después de una pronunciada bajada llegamos al kilómetro 19. Sabía que de ahí a meta aún quedaban dos repechos de aúpa. Ademas no iba pensando en que quedaban 7 kilómetros para acabar, pensaba en 47. El domingo también contaba así que había que regular fuerzas.
Aún sin apretar seguía adelantando a compañeros. Ir de menos a más siempre es algo que anima. Al principio de la etapa pensaba que los 26 kilómetros me llevarían 4 horas pero todo indicaba que sería algo menos.
La lluvia me pilla de lleno en la última subida. Después de dejar atrás un pueblo abandonado (precioso) y tras una subida corta pero con una buena pendiente afronto la última bajada que me llevará a Enciso. Voy bastante entero de fuerzas y de piernas.
Corro con cuidado por la piedra mojada, queda poco y no quiero que la falta de concentración y el cansancio me jueguen una mala pasada. De todas formas voy muy seguro ya que las Salomon Wings Pro 2 que llevo agarran muy bien en este terreno. En menos de 200 kilómetros me han enamorado estas zapas.
Casi sin darme cuenta avisto Enciso. Entro en el pueblo y sigo las señalizaciones (despistándome por ir grabando un vídeo) hasta ver el arco de meta. Allí está Marta grabándome y aplaudiéndome. Subidón que me hace entrar con una sonrisa en la cara.
La segunda etapa ha caído. 26 kilómetros con casi 1000 metros de desnivel positivo con muy buenas sensaciones y sin ningún percance. Ahora hay que descansar y recuperar fuerzas para la tercera y última etapa. Ya que hemos llegado hasta aquí habrá que intentar acabar la carrera.
Tras una más que buena comida en Arnedillo, una siesta y una cena a base de pizza, me acuesto temprano. El domingo a las 7:15 nos vienen a buscar. La salida de la última etapa es a las 9 en punto en Ezcaray, 40 kilómetros y más de 2000 metros de desnivel positivo.
Descanso bastante bien y me levanto sin molestias aunque con los cuadriceps cargados. Me doy cuenta de que tocará sufrir. Pero bueno, eso ya lo esperaba.
En la furgoneta Luis Alberto y Miguel Ferrer dicen que van a salir más tranquilos que ayer. Hablan de acabar más cerca de las 4 horas que de las 3 y media. Yo me descojono por dentro, conociéndolos un poco ya se yo que no. Yo había echado cuentas tomando referencias de otras carreras y pensaba que estaría entre las 6 horas y 40 minutos y las 7 horas 20 minutos. Un día de campo.
Miguel va contando cómo es la etapa. «Dura, muy dura», más que cuando tenía 54 kilómetros dice. Yo le digo que deje de dar detalles o que va a correr la madre del topo. Y lo digo en serio. El estomago lo tengo cerrado. Casi no he desayunado y los nervios cada vez son mayores.
Llegamos a Ezcaray y estos muchachos que quieren tomar un café. Así que vamos en busca de un bar. Luis Alberto además se aprieta un pincho de tortilla. ¡A 30 minutos de la salida! Si hago yo eso me voy por la pata abajo en las tres primeras zancadas. ¡Qué estomago!
Nos cambiamos y nos acercamos a la línea de salida. Hoy se nota menos alegría que ayer. También son menos corredores los que afrontan la última etapa. Yo no las tengo todas conmigo. La falta de ganas unida al cansancio y la mala preparación no me auguran nada bueno. Intento no pensar mucho en lo que tengo por delante.
Me coloco el último en la línea de salida. Suena el disparo y todo el mundo sale corriendo, no tan rápido como ayer pero a buen paso. Yo cojo un trote cochinero por no quedar muy mal con la gente que está en la salida. Aún así, en 200 metros vuelvo a estar último.
600 metros de asfalto, giro a la derecha y empezamos a subir. Pasito a paso. Andando tranquilo. Si hoy quiero acabar hay que racionalizar esfuerzos, comer, beber y no hacer gastos innecesarios.
Pronto alcanzo a un corredor, Borja. Un tiarrón del País Vasco con el que compartiré gran parte de la carrera. Estoy seguro que si no hubiera tenido su compañía la carrera hubiera transcurrido por otros derroteros bien distintos.

Charlamos tranquilos en la subida inicial y trotamos muy muy suave en la primera bajada. Hablamos de todo, carreras, trabajo, fútbol, zapatillas, lesiones… Cualquier cosa es buena para hacer que los kilómetros pasen más rápido.
Llegamos al 12,5. Paramos un par de minutos en el avituallamiento y emprendemos la marcha. Por delante una pared de 1 kilómetro. Corta pero realmente dura. Borja se adelanta un poco. Noto las piernas cansadas y aún queda mucho por delante. Echo la vista atrás y veo una vista preciosa de Ezcaray. Esto merece la pena…

Corono el último pero pronto alcanzo de nuevo a Borja y bajamos tranquilos por una pista ancha con alguna que otra piedra suelta. En el despiste de ir por un camino fácil y por falta de concentración con unas gotitas de mala suerte añadida, le doy una patada a una piedra con el meñique del pie izquierdo. Noto un dolor agudo. Creo que me reventado la uña.
El dolor sigue ahí durante el resto de la bajada. Empezamos una nueva subida que nos llevará hasta el km 23 aproximadamente. Según Miguel, la más dura de la etapa.
Nosotros seguimos a buen ritmo. Haciendo la goma con tres compañeros que van detrás nuestro. Un par de minutos nos separan. Y las distancias se acrecientan y se acortan cada dos por tres.
Un par de kilómetros antes de coronar y tras dejarnos los cuadriceps en un cortafuegos de aupa hay una ambulancia. Me paro y les pido que me miren la uña. Borja sigue adelante para no quedarse frío. Cuando con cuidado infinito me quito el calcetín espero encontrarme un espectáculo dantesco, pero solo encuentro un dedo rojo y algo hinchado. Parece que la uña aguantará un poco más.

Abandono la ambulancia voy el último junto a otro compañero. Subimos tranquilos y disfrutando de los maravillosos paisajes. Cuando comienza la bajada le dejo un poco atrás.
Al llegar al siguiente avituallamiento veo a dos corredores tomándose un bocadillo tranquilamente. Están esperando al compañero que me ha acompañado en la última parte de la subida. Tomo un par de sándwiches, un poco de powerade y prosigo mi marcha.
La bajada es fácil ahora. Poco desnivel, algo de barro pero senderos por donde se puede correr sin problemas. Después de cruzar un río por un puentecillo de madera comienza la última subida. Según el mapa son unos 7 kilómetros que los llevarán hasta el kilómetro 31 aproximadamente.
Al iniciar la subida veo a Borja muy cerca. Aprovecho para dar el parte vía Twitter y subo sin prisas. Aún queda mucha tela que cortar y no se pueden lanzar las campanas al vuelo. Alcanzo a Borja, nos ponemos al día de la situación de nuestra maltrechas piernas y seguimos ascendiendo juntos.

Llegamos a otro avituallamiento y tomo un poco de Powerade azul. Pese a tener muy malas experiencias con el debo reponer algo, no quiero quiero cagarla. No paro mucho y salgo atacando un repecho duro. Todavía queda bastante subida y luego los 9 kilómetros de bajada hasta la meta. Borja se queda degustando un par de sandwiches.
A los pocos minutos de dejar el avituallamiento empiezo a encontrarme mal, cosquilleo en las manos y estomago revuelto. Tengo ganas de vomitar y por unos segundos se me pasa la idea de volver al avituallamiento y dejarlo allí. Intento tranquilizarme, respiro hondo y sigo paso a paso, recordando los consejos que me dio mi amigo David Roncero antes de mi primera Madrid-Segovia: «aunque te encuentres mal, no pares, sigue caminando, lento pero siempre adelante».
Quiero hacer un pequeño inciso y decir que no es un consejo para seguir siempre a toda costa y pase lo pase, eso sería muy irresponsable. Se refiere a que en las ultras hay momentos malos, pequeños malestares, momentos de bajón mental, ganas de abandonar y es en esos momentos donde hay que ser fuerte y no rendirse. Otra cosa es que el malestar sea grande o estemos poniendo nuestra integridad en peligro, entonces ni heroicidades ni gaitas, se echa el pie a tierra y a casa. De valientes está lleno el cementerio.
Estoy en la última subida, a unos 5 kilómetros de coronar y con ganas de echar hasta la cena del sábado por la boca u otra puerta de salida. Borja me alcanza y me pregunta qué tal voy, le digo que como el culo. Me dice que no lo parece, que le ha costado un buen rato alcanzarme. Pienso que quizá no voy tan mal como yo lo veo desde dentro, pero decido regular y dejo que Borja se adelante un poco.
Cuando se me asienta el cuerpo recuerdo que hace bastante que no me llevo nada al estómago. Saco un gel y lo tomo lentamente, aún así no me cae muy bien y no lo acabo. Tiró el resto y guardo el sobre vacío en mi bolsillo (no seáis cerdos y no tiréis desperdicios en el monte). Me concentro solo en seguir paso a paso mientras alcanzo a otro corredor. Un par de minutos a su lado para compartir sensaciones y sigo adelante a mi ritmo.
Las vistas ahora son impresionantes, un valle a nuestra izquierda y al fondo las cumbres nevadas. Vuelvo a alcanzar a Borja. He dejado de darle vueltas a la cabeza y parece que el estomago molesta menos. Según el mapa de carrera debería quedarnos poco más de 2 kilómetros para coronar. La pista ahora está inundada por el deshielo. Dejo de buscar la «calle limpia» que diría mi amigo Mos y tiro por medio, me da igual mojarme. Sé que las zapas que llevo secan muy bien y ya queda poco para llegar, además tengo un par de calcetines secos en la mochila. Borja jura en arameo cada vez que el agua le cala la zapatilla y yo no puedo hacer otra cosa que reírme.
Vemos a un corredor coronando (o eso creíamos nosotros) y Borja dice que quedan 2 kilómetros aún. Yo le digo que no llega al kilómetro y medio. Apostamos y seguimos a buen paso. En esas estamos cuando suena mi teléfono. Es Pablo para preguntar qué tal voy. Este tío es la leche, siempre está ahí preocupándose por todos sus amigos. Le doy el parte y le digo que esta la acabo sí o sí pese a que no voy fino del todo.

Llegamos a lo que creemos que es la cima. Y vemos que aún falta un trecho de ascensión. De todas formas le he ganado la apuesta a Borja. Las últimas rampas se hacen muy duras, menos mal que el terreno es hierba corta, blanda, mullida y se puede andar sin problemas.
Coronamos y tomamos una pista medió invadida por la nieve. Cresteamos un poco y vislumbramos el inicio de la bajada. Los primeros metros son atravesando un pequeño prado hasta llegar a otra pista. Cuando creo que podré empezar a trotar el estado del camino me lo impide. Nieve y barro hacen que hasta mantenerse en pie sea complicado.
Por suerte a los pocos minutos la pista está más practicable y puedo empezar a trotar. Borja se queda atrás, su glúteo le vuelve a molestar. Pronto me descubro corriendo. No me lo creo. Tengo fuerzas y piernas para ir por debajo de 6’/km.
De repente la pista se convierte en un sendero estrecho, con piedra suelta y raíces. Me da igual, estoy disfrutando de la bajada como un enano. Concentrado en el camino, mirando donde piso, con el estomago duro y el pie fuerte bajo «volando». Estoy sonriendo sintiendo que después de más de 70 kilómetros acumulados en los últimos días puedo correr de esta manera.
Paso por el último avituallamiento sin parar, casi como una bala o al menos así me veía yo. La última parte de bajada es por el mismo camino por el que comenzamos la carrera. Yo voy tan ciego que no me doy cuenta hasta que no me encuentro con los árboles caídos en mitad de la pista. Si ya me había costado pasarlos estando fresco no sabía cómo los franquearía ahora.
Me acerco a ellos, paso por debajo de uno y cuando estoy encaramado entre los otros tres mi pie derecho resbala y caigo hacia atrás. Menos mal que estaba el otro tronco y el golpe no es muy duro. Me repongo mirando que no haya nadie cerca que haya visto cuan ágil soy y prosigo la bajada.
Vuelvo a tomar otra vez un buen ritmo cuando veo una pareja de corredores delante mío. Bajan a buen paso pero no tardo en alcanzarles. Nos saludamos y nos felicitamos, sabemos que la carrera es nuestra. Quedan poco menos de 2 kilómetros para acabar pero mi GPS marca más de 40 kilómetros pero me da igual.
Aprieto un poco cuando veo a otro corredor a unos 100 metros delante mía. Sé que no vale de nada adelantarle pero cuando te pones un dorsal a veces el orgullo te puede. Acaba el camino y volvemos a la carretera que lleva a Ezcaray. 500 metros a meta cuando alcanzo al corredor que me precede, le saludo, le animo, le felicito y le adelanto.
Ahora voy por debajo de 5’/km. Y ya veo la meta. Paso por el puente que y ataco la recta final. Veo a Marta y el speaker me nombra. Un millón de emociones me atraviesan de arriba a abajo. No sé cómo pero lo he conseguido. He acabado la carrera.

Creo que a día de hoy aún no he asimilado lo que he conseguido. Sin duda ha sido la carrera a la que peor preparado he llegado. Si no hubiera sido por la confianza que me dio Óscar unos días antes y a la experiencia acumulada durante estos años, estoy seguro que no lo habría logrado.
Quizás a algunos os pueda parecer una irresponsabilidad haber corrido esta carrera sin haber entrenado a fondo y puede que algo de razón llevéis pero en todo momento era consciente de que no iba a hacer ninguna locura por acabarla. Sabía que cada 5 kilómetros había un avituallamiento y una furgoneta de la organización para abandonar. Si me hubiera sentido mal no habría tenido problema en subirme en una de ellas.
La carrera me ha parecido una autentica pasada. Tres etapas distintas y que te hacen ver lo preciosa que es La Rioja. Una organización de 10 donde sólo tienen que pulir unos cuantos detalles secundarios ya que lo principal que es señalización y seguridad estaban cubiertas con garantías de sobra. Sin duda os la recomiendo para el año que viene.
No me enrollo más que estoy pareciendome a Ken Follet o J.R.R Tolkien. Gracias a Marta por estar a mi lado siempre, por preocuparse y por aguantar mis locuras. A Óscar por creer en mi más que yo mismo. A todos los amigos y amigas que me habéis apoyado. A los hermanos Ferrer por ser tan grandes y hacer las cosas con tanto cariño, difícil que algo salga mal de esta manera. Y también a todos los que sin conocerme y a través de las redes sociales me habéis mandado vuestros ánimos y cariño.
No quiero acabar si antes felicitar a Patricia, una pedazo de campeona que quedó segunda de la clasificación. Ella es diabética y corre con una bomba de insulina. Un ejemplo de superación y de que pese a los problemas se pueden hacer grandes cosas. Junto a su equipo Team One ayudan a todos los diabéticos que quieren hacer deporte y superarse.
Un millón de gracias por leerme.